Tobares, Jesús Liberato

Reseña Histórica
Alguna de sus obras
El mate
Las mingas
La personalidad del arriero

Reseña Histórica

Nació en San Martín, provincia de San Luis, el 15 de octubre de 1929.

Se recibió de abogado y en el ejercicio de su profesión fue Juez de 1º instancia en lo civil, comercial y minas. En 1962, miembro del Superior Tribunal de Justicia.

Como escritor y poeta ha recibido varias distinciones; entre ellas: 1º Premio de prosa en los Juegos Florales de Villa Mercedes, San Luis, en 1953; 1º Premio del Fondo Nacional de las Artes, 1965 en el Certamen del Cuento Regional Puntano; y el 1º Premio en la Bienal Puntana de Literatura, sección ensayo, 1970, en San Luis.

Activo socio de la Sociedad Argentina de Escritores Filial San Luis, donde desde hace mucho tiempo y actualmente se desempeña como secretario de la Comisión Directiva. Es un permanente redactor de artículos folklóricos, históricos y literarios en la revista "Virorco" órgano de la S.A.D.E. de San Luis. También es miembro activo del Instituto de Investigaciones Folklóricas "Profesor Dalmiro S. Adaro".

Fue expositor del tema: "El folklore en la poesía de Antonio Esteban Agüero" en las I Jornadas de Literatura Sanluiseña, organizadas por la Escuela Normal "Juan Pascual Pringles" de la ciudad de San Luis, y que se realizaron en octubre de 1981.

Obra - Entre sus principales libros publicados se destacan "Sociología", 1959; "Cero Blanco", 1962; "El hombre y la poesía", 1963; "Gente de mi pago", 1970 y "Folklore sanluiseño", 1972.

Incansable investigador del folklore puntano ha publicado en 1977, los siguientes trabajos: "San Luis de Loyola Nueva Medina del Río Seco"; "El cuchillo"; "Creencias y supersticiones vigentes en la Provincia de San Luis"; "Supervivencia de voces quechuas en el habla de San Luis". Y sus últimas publicaciones datan de 1978: "San Francisco del Monte de Oro"; "Las postas en San Luis"; "Leyenda e historia de la mujer puntana".

Actualmente reside en la ciudad de San Luis, donde continúa desarrollando su actividad folklórica y literaria.

El mate

Vamos a ocuparnos ahora de un tema folklórico profundamente enraizado en las costumbres de los argentinos y muy particularmente de los pobladores del interior del país.

Bien puede considerárselo como un símbolo de la amistad y del sentido de democracia.

De amistad porque ha sido y sigue siendo una forma de agasajo, de ofrenda, de homenaje. De democracia, porque en el acto de compartirlo hay una tácita renuncia a los privilegios, a los fueros y a los títulos que de alguna manera significan diferencias sociales.

Nos vamos a referir en esta oportunidad al mate.

... Como primer punto sobre el tema debemos decir que el vocablo MATE según Don Amaro Villanueva, a quien seguiremos en la fundamental de esta exposición, en voz castellanizada que proviene del quechua MATI y que significa vaso o recipiente para beber.

Esta afirmación está confirmada por la opinión del profesor Felix Coluccio en su "Diccionario Folklórico Argentino".

La palabra mate designa entonces al recipiente en que se sirve la infusión, pero denomina asimismo a la infusión en sí. Así decimos mate de porongo, mate de plata, mate de madera; y decimos también cebar mate, servir el mate, tomar mate, etc, etc.

Y de allí que expresiones que aparentemente aluden a un ente material tienen el significado de un ofrecimiento o un obsequio. Así por ejemplo cuando una persona de nuestra amistad o a quien queremos agasajar le decimos: "Un matecito ..." no le ofrecemos de regalo un mate, es decir un recipiente, sino que le ofrecemos un mate cebado, una infusión, como muestra de cortesía o deferencia.

En épocas pasadas cuando llegaba una visita a la casa y no había otra cosa con qué obsequiarla, al servirle el mate se le decía: "No tengo otra cosa con qué hacerle cariño".

Y en esto de indagar el significado de las expresiones usuales en torno al tema que nos ocupa, enseguida encontramos algunas que como "cebar" el mate; "servir" el mate, tienen una intención y aluden a circunstancias bien determinadas y diferenciadas.

Servir el mate significa simplemente llevarlo de manos de quien lo ceba a manos de quien lo va a tomar. Cebar el mate en cambio, significa prepararlo y mantenerlo en condiciones florecientes y apetitosas.

Es por eso que quienes sirven el mate son generalmente los niños, pero quienes lo ceban son personas mayores que conocen profundamente el arte de combinar los distintos elementos de la infusión de tal modo que resulte agradable al paladar y ofrezca a los ojos del matero exigente una presencia acorde con su exquisitez. Y la pericia e impericia del cebador se reflejan en las que van de un mate lavado a un mate espumoso y aromático.

De allí que el arte de cebar el mate fuera objeto de especial preocupación para las dueñas de casa de antaño, tanto que el mate mal cebado podía constituir principio de descrédito para una familia.

Y esa preocupación se manifestaba en la precaución de tener siempre en la casa una buena cebadora de mate.

Según referencias de Don Rodolfo Sewet a veces se tenían dos cebadoras: una para mate dulce y otra para mate amargo.

Sin duda esas precauciones no obedecían a simples pruritos sociales sino a una forma de orgullo criollo como el del buen domador que prefiere que el animal lo golpee antes de charquiar, o el del rastreador que pone todo su empeño en la tarea que cumple y de la que depende a veces el éxito de una pesquiza policial o la recuperación de un importante bien perdido.

En esta nada sencilla tarea de cebar un mate apetitoso no sólo debe cuidarse el sabor de la infusión sino también detalles como esos cuyo olvido ponen en serios apuros a dueñas de casa y visitantes cuando en manos de estos se tapa.

Refiere Don Amaro Villanueva que en cierta oportunidad el doctor Pedro Goyena, que fue reconocido como exigente tomador de mate, visitó a una familia de toda su amistad.

"La dueña de casa - dice Villanueva - sabedora de cuán aficionado al mate era el visitante, se apresuró a cebárselo ella misma; para asegurar la bondad de la infusión y significarle más afectuosa deferencia, al hacer estos honores. Pero el mate se había tapado, a pesar de los presumibles cuidados de la cebadora; y a Goyena no le hacía mucha gracia devolverlo, por cuanto esto importaba confirmar el fracaso de la obsequiosa dama o - lo que aún era peor para él - confirmar el conocido refrán de que "el primer mate es del zonzo ..."

Prefirió, por lo tanto, insistir discretamente en sus tentativas de absorción que ni fueron advertidas ni tuvieron éxito. En tales circunstancias acertó a llegar un joven estudiante, hijo de la amable dueña de casa, y Goyena se dirigió a él:

- De modo que estás a punto de rendir examen ...

- Sí señor - contestó el joven.

- ¿Y piensas pasar?

- Creo que sí, porque estoy bien preparado.

- Bueno - observó Goyena - Pero eso no basta a veces, y es conveniente que tomes tus precauciones. Mira lo que sucede con este mate, tiene todos los elementos necesarios y está sin duda, mejor preparado que tú ... pero no pasa.

Y agrega Don Amaro Villanueva con su habitual gracia: "Si la confusiónde la inominada señora debió ser crepuscular, pese al ingenio y la habilidad con que Goyena supo derivar la situación al terreno de la gracia, deslindando al mismo tiempo un homenaje de reconocimiento a las buenas intenciones de la cebadora, no cabe duda de que fue mayor la verdad formulada por su experiencia en la materia, al declarar que, para cumplir con acierto la función de cebar mate, no basta tener los elementos necesarios ni confiar sólo en las buenas intenciones, porque éstas se ahogan con facilidad dentro de la pequeña calabaza donde cantó tantos triunfos la antigua técnica del cebador profesional.

de "Folklore sanluiseño"

Las mingas

Nuestra comprovinciana la señora Berta Elena VIDAL de BATTINI, en su obra "El habla rural de San Luis", dice que la minga consiste en "solicitar en el trabajo la ayuda de otros, prometiéndoles devolverles el servicio de la misma manera", reunión de vecinos en la que se hace un trabajo en colaboración y que se termina con una fiesta a cargo del dueño de casa".

He ahí comprendidos los caracteres fundamentales de la minga.

Se trata pues de una forma de prestación de servicios que en algo se parece al contrato de trabajo pero que se diferencia de ;éste en aspectos capitales.

... El contrato de trabajo crea una relación de subordinación entre el patrón y el trabajador, relación que se concreta en dos consecuencias inmediatas; el poder de mando que asiste al empleador, y el deber de obediencia a cargo del empleado.

... En la minga nada de esto ocurre. Aquí la libre iniciativa tiene un amplio campo, y normalmente el "dueño" del trabajo no da órdenes ni imparte instrucciones. El se encarga de atender a los concurrentes todas las comodidades posibles, de brindarles las buenas empanadas o pasteles que para el caso se han preparado; de hacer correr entre los asistentes el vaso de vino, caña, aguardiente o aloja, que se ha reservado especialmente para tal circunstancia.

En todo caso si es necesario orientar la labor que por algún motivo requiera cierta experiencia, quien formula las sugerencias, consejos o instrucciones, es el vecino más experto en la tarea que se realiza.

... Otra profunda diferencia de la minga con el contrato de trabajo radica en la gratitud con que los mingueros prestan sus servicios.

En el contrato de trabajo la remuneración del trabajador por el empleador constituye una circunstancia obligada.

Los mingueros, en cambio, no reciben retribución pecuniaria alguna. Pero reciben otras de índole moral y también material.

Cuando la cosecha de maíz ha sido buena, el dueño obsequia a los vecinos que han concurrido en su ayuda y que carecen de tal sementera, una buena cantidad de maíz. Si todos han sembrado, la cosecha se hace entonces por turnos.

Cuando se carnes, además del consabido asado, se acostumbra a regalar a los concurrentes algún matambre, tira de costilla, etc.

Además la colaboración prestada crea para quién la reciba, el compromiso moral de ofrecer igual servicio cuando el vecino lo necesite.

Pero en general la retribución más codiciada es la fiesta, comilona o baile con que el dueño de casa agasaja a los invitados y que constituyen la culminación de una costumbre tradicionalmente aceptada, donde el desinterés, la sana alegría y el vehemente deseo de servir a los demás, configuran un estilo de vida profundamente argentino y profundamente americano.

de "Folklore sanluiseño"

La personalidad del arriero (adaptación)

... Su aparente simple tarea requiere una serie de condiciones que deben darse simultáneamente en mismo individuo, para responder cabalmente a la exigencia del oficio.

En primer lugar, el arriero debe ser consumado baquiano. Si no conoce por dónde debe transitar con su tropa; a donde irá a abrevar su hacienda, o dónde debe buscar reparo y seguridad cuando así lo exija la hora; las necesidades de la marcha o las inclemencias del tiempo; evidentemente no puede ser buen arriero.

Para ahorrarse una jornada o dos debe saber cortar campo a través de treinta o cuarenta leguas por la pampa sin caminos, sin árboles, sin accidentes, y "caer" justito en la encrucijada de los caminos.

El arriero requiere, asimismo, condiciones de buen rastreador. Cauntas veces en las zonas boscosas, las bestias cargadas, el novillo mañero o la mula volvedora, se "cortan" de la tropa y se internan en laberintos del monte. De allí los saca solamente quien sabe descifrar en los accidentes del suelo, la historia de las idas y venidas.

Pero esto de ser buen baquiano y rastreador debe darse en un hombre paciente y sufrido, que soporte sin una queja la sed, el hambre, el frío, la lluvia, el calor, la fatiga.

Además el arriero debe saber por intuición y por experiencia si la tormenta que se avecina traerá viento o piedra, para tomar las providencias del caso; si los signos de alarma en la tropa obedecen a la vecindad de un peligro cierto o a un simple papel o lona perdidos en el camino; si las mulas bufan porque son ariscas nomás o porque en la oscuridad de los chañarales han descubierto la presencia del puma en acecho.

Y en aquellos tiempos en que las indiadas amenazaban permanentemente el tránsito de los caminos, el arriero debía distinguir sin equivocarse si la polvareda que se levantaba en el horizonte era de gauchos que boleaban yeguas; de una galera que en el afán de devorar distancias avanzaba a los barquinazos; si se trataba de un regimiento de soldados o de los corredores del fortín que andaban por la pampa procurándose una picana de avestruz o una presa de guanaco.

No pocas veces esa polvareda anunciaba un malón, o simplemente una partida de indios que entre bárbaro griterío de "ahaaaaa ... ahaaaaa ... ahaaaaa ..." se acercaba a la carrera de sus potros después de salir sorpresivamente por detrás de los médanos. Así cayeron muchos de esos hombres pacíficos y sufridos y ni siquiera una cruz de palo recuerda su holocausto.

Los que no murieron bajo las chuzas indias murieron de cansancio de pobreza y olvido. Por eso la tristeza criolla no es mera figura retórica y rastreando en la vida de un arriero se la puede encontrar sin necesidad de andar leguas.

En un reportaje grabado que hizo la doctora Delia Gatica de Montiveros en enero de 1968, Don Juan Quiroga del Vinagrillo, de 75 años de edad, le decía que cuando él era más "jovenón" se ocupa de tropero, y recorría las sesenta leguas que hay de Villa Mercedes a Buena Esperanza, ida y vuelta con arreo.

Y acollarando con un dejo de nostalgia sus recuerdos Don Juan Quiroga exclamaba: "Qué vida triste es la del arriero: venga frío, venga viento, venga helada; el arriero no puede desamparar la hacienda".

de "Folklore Sanluiseño"

Volver a la página anterior