Sosa Loyola, Gilberto
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Alguna de sus obras |
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(Seudónimo Narciso Cobas)
Nació en Quines (Provincia de San Luis) el 9 de noviembre de 1894 y murió en Buenos Aires en 1948.
Gilberto Sosa Loyola, de profesión abogado, fue un escritor e historiador con un estilo propio que lo destacó. Perteneció en la literatura sanluiseña a la generación de 1920, junto con Juan Sáa, Julio Cobos Daract, Juan Adolfo Amieva, Victor Sáa, etc. Todos ellos, en las distintas disciplinas de la literatura que abordaron con suficiente energía, han dejado obras perdurables para nuestro patrimonio cultural.
También fue político y actuó en el Radicalismo y luego con el advenimiento del Justicialismo se incorporó a ese movimiento, a través del cual ocupó una banca en el Senado Nacional por San Luis, de 1946 a 1948, ya que la muerte dejó incompleto su período.
Entre sus principales obras se encuentran: "Tradición Jurídica de San Luis"; "San Luis cien años atrás"; "La fundación de San Luis"; "El constituyente Llerena"; "Sarmiento y San Luis"; "La revolución unitaria de 1840 en San Luis"; "Pringles, retazos de vida y tiempo"; biografía, 1947. Y con el seudónimo de Narciso Cobas publicó la novela sanluiseña "Insula criolla", 1924.
El Club social, instalado en su local propio, un edificio de chato estilo, con altos, construido el año ochenta, emergía por sobre el barrio circundante formado por un caserío bajo y mostraba a aquella hora sus ventanales que irradiaban raudales de luz, mientras lo permitían los espesos cortinones de terciopelo rojo.
Bullía adentro mientras tanto, la crema batida de San Luis, ansiosa de agasajar al ilustre huésped, famoso por su galantería apuesta y su alcurnia indiscutida.
¡Viejo Club Social de San Luis!
Fundáronte hace cerca de setenta años, cuando nuestra capital de provincia, era todavía una aldea salida de los sobresaltos del malón ranquelino y de los avances de la montonera, pugnando recién por darse aires de dama emperifollada y urbana, gracias al impulso progresista de dos o tres viejos cultos que trajeron desde Buenos Aires, a donde representaban a la provincia en el Congreso, ese ,mensaje renovador y fecundo para toda la Nación y que se compendiaba entonces en la mágica frase en boga: "¡actualizar el porvenir!". Es cierto que fuiste costeado con los fondos de un aval sin garantía descontado en aquel Banco Nacional de manga ancha que obsequiaba fortunas a los políticos influyentes, ¡pero qué importa! Naciste y fuiste desde ese día, nuestro "Club del progreso".
En la planta baja, en los cuartos de juego, siempre patinosos por el humo de los trasnochadores, pasaron sus veladas blancas, jueces, políticos, diputados, funcionarios y estancieros, sobre todo en aquellos años de loca prodigalidad en que se soñaba despierto con la riqueza y grandeza gigantesca de este País ... Maridos, calaberas jóvenes disolutos, viejos reverdecidos, dieron allí pábulo sin fin a la habladuría de aldea, ancha tela en que cortar la tijera venenosa de la consorte indomeñable o de la escandalizada mamá ... Mas allí también ... - digamoslo como contragolpe - en esos salones, se planearon grandes proyectos, nobles empresas cívicas, generosas iniciativas y, sobre todo, pegaron la hebra amistades imperecederos que al fin y al cabo, son las que hacen los destinos de los hombres y los pueblos. ¡Viejo Club Social! ... era en la planta alta, donde están tus salones de fiestas y donde esplendió la gracia de una vieja sociedad - ¡Camelia emblemática del romanticismo provincial - y que se desvaneció en el tiempo como una figura fugaz de rigodón ... Después lucías también la amplia sala de tu coliseo, donde nuestros abuelos aprendieron a emocionarse, primero en el verso encendido que declamaba, Lola, la famosa heroína de "Flor de un día"; luego, con los gorgoritos de las cantantes italianas de aquellos intrépidos conjuntos líricos que venían a tierra adentro, a abrir picadas a la dulce música de Verdi ... Y ¡oh! Soberana influencia del arte ... ¿Recuerdas, lector, a aquellas elegantes cursis de provincia que echando aires de filarmónico entendido, salieron cantando después, a toda hora cuando alguien los podía oir, aquello que todavía era una novedad;
La donna e mobile
qual piuma al vento,
muta d'accento
e di pensiero ...
¡Oh! Club, venerable institución de pueblo ... Porque aún hoy, continúas siendo el hogar común de los puntanos, donde la triunfante generación juvenil sigue la tradición social de un buen tono y elegancia moral como ayer, vaya para ti, mi salutación emocionada, viejo caserón de paredes cordiales!.
En el año 189 ... marcaba en el barómetro de la sensibilidad colectiva argentina, un instante de tempestuosa eclosión cívica, que no logró al fin, pese a todo, dar fruto presentido.
El gran "menêur" tribuno que se llamó Leandro N. Alem, recorría el país, llevando en la prestancia de su estampa romancesca y en los acentos calurosos de su arenga amplia y sonora, el mensaje secreto pero insinuante de un gran acontecimiento que él preparaba con fe sagrada en el cual confiaba la salvación de los destinos de la República. Anhelaba caldear el espíritu de las provincias. Se vivía en aquellas horas, un desmelenado instante de romanticismo democrático, bello y ardoroso cual ninguno ...
Aquel día de febrero, el gran caudillo pasaba por San Luis, en viaje desde Buenos Aires a Mendoza.
Más tarde se había de consolidar en esta provincia, un partido lleno de bríos y pujanza que respondiera a la ideología del repúblico.
Aquel día aguardaban al prohombre un gran contingente de pueblo y una gran cabalgata de gauchos que acudieron presurosos a la estación de ferrocarril Andino, cuyas plataformas aparecieron atestadas de circunstantes. Damas, hombres conspicuos, gente anónima acudieron también para ver al gran hombre. En este medio de ingenuo aislamiento provinciano, el prestigio de aquella figura de fama resonante que tronaba desde lejos rayos jupiterinos contra la corrupción política de gobernantes fementidos, asumía el perfil de los patriotas salvadores.
Un pueblo dolorido por recientes atentados a sus derechos cívicos sentía la necesidad imperiosa de contemplarle y escucharle - hombre que había hecho de la libertad electoral un culto y del desenfreno de los gobernantes fraudulentos, un ardido anatema!
Fue aquella una mañana inolvidable ... Bien recuerdo el perfil del doctor Alem: enhiesto, arrogante enlutado ...
¡Oh! Viejo romanticismo de aquellos días ...
Allí fueron a la llegada del prócer, las efusiones desbordantes, los vítores y los aplausos. Las damas sembraron de flores el parterre de aquella apoteosis casi aldeana. Un artístico álbum cuyas tapas se labraron con "retamo" y "caldén" relucientes - ¡Maderas del nativo suelo! - y cuyas aristas se recamaron de oro de ofrendadas joyas, fue obsequiado al tribuno, que leyó conmovido una leyenda patriótica suscrita por numerosas firmas que atiborraban las blancas páginas del pergamino recordatorio.
... Pero en tanto la muchedumbre comenzó a reclamar sus derechos - ¡Que hable! ¡Que hable! ... - parecía el rumorea de una mar. Desde la plataforma del coche de viaje el grande hombre descubrióse de su galera de prócer y la blanca barba fluvial, surtió efecto en la multitud ...
Con voz timbrada y llena, comenzó aquella famosa arenga:
"¡Pueblo de San Luis! - comenzó vibrando aquella voz soberana - ¡Las líneas están tendidas! De un lado los gobernantes bastardos que ahogan las libertades del pueblo para acallar sus soberanos designios; del otro, los que estén dispuestos a combatirlos en todo momento y en todos los terrenos ..."
... Era su elocuencia, arrolladora como fuego y fuerte como el bronce. Venía aquel verbo inflamado, a levantar pueblos en armas y no a otra cosa; por eso repercutían como clarín aquellas palabras subrayadas con una ademán de mucho arco:
- "¡No me pidáis palabras! ... ¡Pedidme hechos! - Y continuaron así las parrafadas solemnes que sacudieron hasta el frenesí a la muchedumbre, porque en verdad, había acudido allí para escuchar el verbo de la libertad de entonces! ...
Concluyó el orador y entre el clamoreo de los aplausos y los vítores, lentamente comenzó a andar el convoy ... hasta perderse en la bruma de la lejanía del adiós, que había de ser como su destino ...
Disgregóse el inmenso concurso y se volcó silenciosamente por la plaza próxima y las calles solitarias, murmurando secretos designios. Experimentábase la sensación muda del adiós y el tácito desamparo, que deja la ausencia de la columna que cae ...
de "Ínsula criolla"