Vidal de Battini, Berta Elena

Reseña Histórica
Alguna de sus obras
La araña - El crespín - El ataja-camino

Reseña Histórica

Nació en San Luis el 10 de Julio de 1900. Realizó sus estudios primarios y secundarios en dicha ciudad, y se doctoró en Filosofía y Humanidades en la Universidad nacional de Buenos Aires.

Cumplió una larga carrera docente en el Consejo Nacional de Educación hasta llegar al rango de Inspectora General. En la docencia universitaria se desempeñó en las cátedras de Folklore e Historia de la Lengua Española. Inició la carrera de investigadora en el Instituto de Filosofía de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Buenos Aires, que dirigía el Dr. Amado Alonso y formó parte de su equipo de colaboradores. Su orientación es la Filosofía y el Folklore en sus estudios referidos a la Argentina.

En 1945, el Instituto de Filosofía y el Consejo Nacional de Educación le encomendaron el estudio del habla del país. Desde entonces y hasta la fecha ha realizado más de cine viajes de investigación. Visitó Europa en 1960 y 1963 asistiendo a los principales Centros de Filosofía y Folklore.

En la actualidad es investigadora del Instituto de filología y del Instituto de Ciencias Antropológicas de la U.N.B.A. y se encuentra abocada en la realización de los trabajos: "Determinación de las regiones folklóricas del país y su contenido cultural" y "El español en la Argentina. El léxico".

Obtuvo varios premios: 1º Premio Poesía del Congreso de Artes e Industrias de San Luis, 1946; Beca de la Comisión de Cultura, 1957; 2 º Premio de la Comisión Nacional de Cultura por su libro "El habla rural de San Luis", 1969; 1º Premio Wallance del Instituto Panamericano de Geografía e Historia, 1960; Condecoración de la Refectura de Distrito Federal, Brasil, por la labor folklórica realizada. Condecoración de la asociación Cultural Sanmartiniana de San Luis por la obra literaria y científica realizada.

Dentro de sus publicaciones literarias se encuentran: "Alas", 1924; "Mitos Sanluiseños", 1925; "Agua serrana", 1934; "Tierra puntana", 1937; "Campo y soledad", 1937; "Cuentos y leyendas populares de la Argentina", 1960; "La ciudad de San Luis", 1960.

Entre sus trabajos de investigación: "El habla rural de San Luis", 1949; "Voces marinas en el habla rural de San Luis", 1949; "La narrativa popular de la Argentina. Leyendas de plantas", 1972, etc.

La araña

Había en la tarde serenidad de égloga. De vez en cuando interrumpía el silencio campesino el canto de alguna cigarra o el balar de la majada que volvía al redil.

En el patio, ahondado a fuerza de tanto raspar con la "pichana", las dos hilanderas pausadamente, con frases breves, a veces incompletas, y con frecuentes reticencias.

La una, joven y hermosa, inclinada sobre el telar doméstico, movía las manos regordetas en la tarea de cruzar los hilos y mover acompasadamente la pala tejedora. La otra, cincuentona, seca y arrugada, hilaba un blanquísimo vellón, haciendo bailar el uso con una maestría admirable, a medida que iba consumiendo su cigarro de chala.

La primera, echándose hacia atrás y suspirando, dijo:

- ... ¡Y Cliofe quiere el pelero mañana! ...

- Así es - contestó la vieja.

- Ucha, mama, si juera araña, yo, ¿no?

- No diga eso m'hija.

- pa'ser ligera, decía.

- ¡Peru es maldita!

- ¿Quién dice?

- Mi finadita madrina contaba cunado yo era chica, y no sólo ella, mucha gente sabía el caso, fue princesa l'araña.

- ¡Diande!

- Peru hace mucho ... y tenía un palacio di oro.

- ¿Y and'era eso?

- En otras tierras sería ... Ponderan cómo era di orgullosa y mala con los pobres.

- Bah ... todos los ricos son lo mismo.

- ¡Ah, pero un había otra mujer de su laya! ¡Todos le tenían miedo! A los qu'iban a pedirle un favor les hacía sacar a palos. A los otros les hacía quemar el rancho y la chacra pa' sólo divertirse.

- ¿Y un había autoridá?

- ¡Qué l'iban hacer, si era amiga de los reyes y príncipes mas poderosos! ...

- Muchos se querían casar con ella porqu'era muy linda.

- No conocían la leña ¿no?

- No, pa, si se hacía la güena, pero ansina la pagó ...

- Una vez jue una viejita muy pobre a pedirle algún trapo de los qu'ella tiraba p'hacerse un rebozo porqu'el suyo estab'hecho hilacha, pero ... ni acabó di hablar, cuando la mandó a botar a palos del palacio. Entonces, la viejita, l'echó una maldición muy grande.

- ¿Y le alcanzó?

- ¡Claro!

- Sería la Virgen ...

- Así dicen. Por su maldición, toitas las riquezas de la mala se l'hicieron humo y ella se convirtió en araña, ese bicho tan fiero, peludo y ponzoñoso, y tuavía, pa pior castigo, tiene que tejer toda la vida como la más necesitau de los pobres.

- ¿Su madrina lo vido?

- No, pero el agüelito di ella sí.

- Y agora ¿ya no pas'eso?

- Quien sabe nomás, asigún el pecáu, será, pero ya todos tienen mas escarmiento.

La noche había llegado sigilosamente.

Las dos mujeres que ya no trabajaban, quedaron pensativas, la mirada fija en las sombras que envolvían el campo, absortas, quien sabe en qué hondos pensamientos sugeridos por la misteriosa evocación de la vieja.

de "Mitos Sanluiseños"

El crespín

Al caer la tarde y al nacer el día el triste grito de la mujer trocada en ave se extiende por las quebradas y los bosques, llamando al compañero que nunca volverá: ¡Crespín! ... ¡Crespín! .... ¡Crespín! ....

Los campesinos de mi tierra sienten honda conmiseración por aquella, que en su llanto desolado, va diciendo su incomparable dolor.

Muchas voces, curiosas pupilas la buscaron en la fronda, pero inútilmente, porque huye de la mirada de los hombres como impulsada por el pudor de su desgracia.

Así lo afirma la trágica leyenda de su origen.

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Crespín fue el hombre de suerte en aquella memorable jugada. No quedó uno solo de los concurrentes a la pulpería que no fuera "desplumau" por él, a las barajas o a la taba. Les ganó cuánto tenían, pero en buena ley.

Cargado de bolivianos, patacones y "priendas", tomó el camino en dirección a su casa.

A ambos lados del tortuoso sendero se extendía el monte, espeso, cargado de frondas, en pleno mes de noviembre, envuelto en ese silencio pletórico de sonidos sordos y murmullos confusos, ese silencio característico de los campos salvajes.

Mientras marchaba, nuestro hombre, iba pensando en la tierra mirada con que lo acariciarían los ojos profundos de su bien amada china al verlo llegar, y después, su júbilo al saber la fortuna guardada en las alforjas que tejieron sus manos. Era feliz imaginándose de nuevo en su ranchito perdido entre los bosques, y empezó a cantar, alegre como el zorzal que vuelve al nido:

El ponchito del mozo

se deshilacha ,

por los ojazos negros

de una muchacha.

Uno de los perdedores, rencoroso y perverso, que allá, en el ambiente cálido y aguardentoso de la pulpería juró vengarse, lo seguía de cerca, al amparo de las sombras y los árboles.

Así marcharon largo trecho: el uno saboreando los halagos de la fortuna y del amor; el otro, enceguecido de envidia, sediento de sangre y venganza, llevando en el alma la venenosa avidez de cien lobos hambrientos.

En el lugar y el momento que al malvado parecieron más propicios, apareció de repente: revoleó el lazo certero, y arrojó la armada que vibró estridente sobre la cabeza del viajero desprevenido y fue a abrazársele a la cintura sujetando a ellas los brazos, imposibilitándole para todo movimiento. De un solo tirón lo arrancó del recado, y a la cincha de su caballo, lo arrastró hasta dejarlo destrozado.

Quedó así satisfecha su venganza y saciada su codicia con la abundante cosecha de aquel oro maldito.

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A la sombra de los bosques nativos, la fiel compañera gemía y esperaba ...

La soledad y la incertidumbre la abrumaban ... No conocía los senderos, ni los bosques vecinos que a otros bosques se enlazaban, pero la fuerza del amor, la más poderosa en la mecánica del Universo, la empujó hacia lo desconocido ...

Sangrantes los pies, rasguñado el cuerpo, revuelto y cortajeado el cabello, desfalleciente de cansancio, una noche, dejóse caer pesadamente sobre el cesped: vióse impotente, miserable y flaca para realizar tamaña empresa de encontrar al dulce compañero, y de hinojos, en el profundo seno de los campos, a la luz de las constelaciones, levantó los brazos implorantes y pidió al Supremo la ligereza y la agilidad del ave ...

La tierra y el cielo fueron testigos del milagro: fuerza extraña la inmovilizó en la actitud en que imploraba. Empequeñecieron cuerpo y cabeza; fueron borrándose poco a poco las facciones de las sombreadas pupilas de mirar sereno, sólo quedaron dos puntos negros y brillantes, dos ojillos inquietos, y la boca y la nariz confundidas, se alargaron en la córnea prominencia; las débiles piernas se flexionaron, encorvándose los pies, se alargaron los dedos y se afilaron las uñas. La inmensa y revuelta cabellera pegóse al cuerpo y lo cubrió completamente con la suave y tibia caricia del manto de plumas en que se transformara.

Sólo los brazos quedaron libres, extendidos hacia el infinito, pero no habían de escapar a la providencial metamorfosis. Largas plumas brotaron de cada poro de la piel que los cubría, quedando así transformados en los graciosos abanicos de sus alas.

En el lejano horizonte clareó la luz del nuevo día ...

La mujer sintió el estremecimiento y la ansiedad del ave en que se convertía, y agitada en la embriaguez del vuelo, partió hacia la aurora, llenando la soledad del campo con su implorante llamado ...

... Y aún busca, con la obsesión de lo imposible, al amado que nunca encontrará. Por eso es que al caer la tarde y al nacer el día, se oye el grito lento, tembloroso, lastimero, del ave eternamente sola y esquiva, cuyo nido nadie ha visto jamás y que gimiendo llama: ¡Crespín! ... ¡Crespín! ... ¡Crespín! ...

de "Mitos Sanluiseños"

El ataja-camino

Hacía mucho tiempo que el cielo no dejaba caer ni una gota de agua sobre los campos sedientos.

La luna brillaba a través de aquella atmósfera seca, límpida, llenando el espacio de intensa claridad.

Marchábamos al paso de las cabalgaduras un enjambre de evocaciones, en aquella hora y ante aquel espectáculo emocionante de la Naturaleza, invadía nuestra mente.

De pronto, el vuelo de un ave que, surgiendo del suelo pasó rozando la cabeza de mi caballo, interrumpió nuestras ensoñaciones. Fue a posarse unos pasos mas adelante, en medio del camino, y quedó allí, acurrucada, quieta, se diría dormida, hasta que llegamos a ella. Extendió, entonces nuevamente el vuelo, para repetir, por mucho tiempo esta maniobra como impedir o atajar el paso.

- Ya salió el dormilón - dijo el mozo que nos acompañaba.

Así llaman también a esta ave nocturna que aparece en los caminos de la región mediterránea y acompaña por largo trecho al viajero que se encamina por ellos.

- Aquí no va el que buscais - volvió a decir, dirigiéndose a ella y espantándola con su "talero", pues, acababa de ponerse ante él.

Las palabras del joven campesino me hicieron recordar el realto mítico que la fantasía popular ha tejido al ataja-camino, explicando el porque de esta costumbre y de su origen, y que oyera en noches anteriores junto a las piedras del fogón: Es ella la encarnación de una pobre moza engañada y abandonada por no sé qué truhán aventurero extraño al pago, y a quien busca inútilmente desde hace muchos años.

La vergüenza de su pecado, la austeridad de sus padres que no la perdonarían nunca, y el dolor de saberse miserablemente traicionada, la habían hecho imposible la vida en el rancho de donde huyó una noche sigilosamente, dispuesta a buscar al culpable de su desgracia hasta encontrarlo.

Anduvo, desde entonces, errante y peregrina a través de los campos infinitos y a la vera de todos los caminos... Ansiosa atisbaba toda forma humana que aparecía, observaba su rostro, espiaba sus ademanes movimientos, escuchaba su voz ... Vió pasar a miles miles de viajeros, pero en ninguno iba su amor ...

Sola débil, abandonada a las rudas inclemencias del tiempo de la suerte, agobiada por el peso de su culpa irremediable, sin un techo, sin un mendrugo, hubiera muerto de cansancio, de hambre de pena, si no hubiera sido que Dios, apiadado en su misericordia infinita de la más desgraciada de sus criaturas, la transformó en ave.

Sintió, la joven, en todo su ser el milagro de la bendición divina poseída del júbilo de los salvados, se lanzó, más fuerte que nunca en su obstinada búsqueda.

El ave silenciosa dolorida suelta en la noche su vuelo tardo lento por el peso de su dolor, agitándose trágicamente entre las sombras ocultando su voz, para no ser conocida. Eternamente atajará el camino a los viandantes que atraviesan los campos natales, porque lleva el ansia infinita del amor y el poderoso impulso de la esperanza...

La presencia del ave misteriosa debió despertar tristes recuerdos en el alma del paisano que nos acompañaba, porque con cadencia melancólica vibró en sus labios la copla popular que cantaba:

Buscando a una engañosa

recorro este mundo indino,

y aguaito en todas las sendas

comu el ataja-camino.

de "Mitos Sanluiseños"


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L.A.