Luchino, Juan Carlos

Reseña Histórica
Alguna de sus obras
Salinas del Bebedero
Ese humilde y generoso queso

Reseña Histórica

Nació en Morteros (Provincia de Córdoba) el 16 de febrero de 1912 actualmente reside en la ciudad de San Luis desde hace cierto tiempo.

Cursó sus estudios primarios secundarios en el Colegio "Nuestra Señora del Rosario"; Vignaud sus estudios superiores en el "Instituto José Clemente Villada y Cabrera", ambos en la provincia de Córdoba donde obtuvo el título de Profesor de Filosofía y Letras.

Ha desarrollado una intensa actividad docente en diversos establecimientos de Enseñanza Privada (Primaria y Secundaria) en distintos lugares del país: Tucumán, Salta, Rosario, Mendoza, Río Gallegos y San Luis.

Desde muy joven sintió inquietudes poéticas que lo han llevado a componer permanentemente ha sido distinguido por entidades nacionales y provinciales, tales como: 1979, Gran Premio Nacional otorgado por el Círculo de Poetas de Mendoza por sus poemas "Río Trapiche", "Flor de Sangre", "Tus espetrus"; 3º Premio Nacional por su poema "El niño", concedido por el Círculo de Poetas de Mendoza, 1980; 1º Premio Provincial - Comisión de Cultura Banco Udecop - de Villa Mercedes, a su poema "Tristeza"; 2º Premio Provincial en el Certamen Poético 1980 organizado por la Revista "Nuestras Huellas" del Círculo Puntano de Letras por su obra "Viudita", etc.

Entre su obra, copiosa pero primordialmente inédita se destacan las poesías siguientes: "Poema vivido"; "Salinas del Bebedero", "Río Trapiche"; "Flor de sangre"; "El niño"; "Tristeza"; "Viudita"; "Espejos de mis senderos"; "A mi esposa bienamada"; "Ese humilde y generoso queso", etc.

Salinas del bebedero (Inédito)

Luna de pasos perdidos

Tras el lucero del alba

Por un camino de estrellas

Iba la luna sonámbula

Cuando en la trágica noche

se desplomó por la pampa

dormida quedó en la estepa

con sueño que no se espanta

y el yermo se hizo una inmensa

laguna de sangre cándida.

La luna novia se ha muerto

allá en la tierra puntana,

toda vestida de nardos,

de linos amortajados.

Con un sayal de ceniza

lo observan mudas las zampas

mientras jotes enlutados

tejen rondas funerarias.

Le alumbran, altas, de noche

estrellas de fina plata,

de día le velan, mustios,

chacales de ramas bajas.

Coronas le trae el campo

de rubia flor de retama

y en las alas de un flamenco,

sus frescas rosas el alba.

La noche llora, y su manto

sabe a niño y sal amarga.

Blancos túmulos sin luces

fingen sales emparvadas.

Se oye un órgano de juncos

y un responso que le cantan,

y en las chilcas gime el viento,

gime el viento de la pampa.

Salinas del Bebedero

sobre la verde cañada,

hastia de sal deslumbrante

en custodia de esmeralda,

la tierra te da su seno,

los cielos te dan su savia ...

Girón tal vez desprendido

de alguna ignota galaxia,

luna baja de los páramos,

luna blanca blanca blanca

aromada de silencio

y soledad descarnada,

el campo entero se viste

con la humildad de tu gracia,

Salinas, tierra de asombro

misteriosa y legendaria,

atalaya del desierto

allá por las malonadas

cuando el valor era el precio

de innumerables hazañas ...

Sobre tu cuerpo yacente,

corcel de oscuras batallas,

un viento largo de historia

peina las crines nevadas.

Lucha, coraje, bravura ...

fervor de gesta y de patria.

¡Qué urdimbre para tus lienzos,

San Luis de las añoranzas!

¡Qué luces para tus oleos!

¡Qué sombras para realzarlas!

¡Tierra escarchada de soles!

¡Perla engastada en la pampa!

.................................................

Para los bardos que sueñan,

para las péñolas áureas,

guarda San Luis en sus lindes

todo una página blanca.

Ese humilde y generoso queso (Inédito)

Luna casera

de albugínea extraña

- amarillenta a veces -

oliendo

a mesa

familiar

y

llana,

a pastoril Arcadia,

a tambo

a heno ...

Bajo tu simple

y

rústica corteza

silenciosamente

late

un corazón,

y es su latido

como un rumiar

isócrono

en la amorosa calma

de las tardes.

Sin ojos

o

con ojos

que

miran o no miran

más siempre abiertos,

te das a la fruición

del diente

adáfago

que te socava el ser

y esa apariencia

vaga

de manso buey

yacente.

Te veo

y

no te veo

y vuelvo a verte

en la infinita sucesión

de días

siempre pronto a servir

sin retaceos.

¡Corazón de la tierra generosa

que amamanta a sus hijos

por los siglos! ...

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