Juan Wenceslao Gez
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Fragmentos de su obra |
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Historiador, geógrafo, profesor, sociólogo, panteólogo y publicista, ha sido un ejemplo de laboriosidad intelectual dejando múltiples y valiosas obras, que merecieron el elogio de altas personalidades del intelecto nacional. Nació en San Luis el 28 de setiembre de 1865 y murió en Buenos Aires el 17 de mayo de 1932. Sus materias predilectas fueron la historia y la geografía, complementadas con interesantes estudios sobre educación, lingüística y paleontología. Actuó en Capital Federal y en las provincias de Buenos Aires, Corrientes y San Luis, desempeñando cátedras y cargos directivos en la docencia, en donde conquistó muy alto prestigio. En San Luis desempeñó los cargos de Defensor General, Diputado de la Legislatura, Elector de Gobernador y Convencional para la Reforma de la Constitución. Sus trabajos históricos integran numerosos textos que llenan sensibles vacíos en la literatura puntana. Acumuló antecedentes y escribió con fluída sencillez sobre los siguientes temas: "Apoteosis de Pringles" (1896); "Dr. Juan Crisóstomo Lafinur" (1907); "La tradición puntana" (1916); "Biografía del General Belgrano" (1920); "Teniente General Juan Esteban Pedernera"; "Reseña histórica y estadística de San Luis" y otros. Su obra póstuma "Geografía de la Provincia de San Luis", en tres volúmenes, fue publicada en 1938-39, en cumplimiento con disposiciones incorporadas a la Ley de Presupuesto de la Nación y de decreto del Poder Ejecutivo Nacional del Centenario de la Independencia le adjudica el Primer Premio, distinción con la que sólo en parte se rindió homenaje a la fecunda labor de este ilustre escritor puntano. Llamábanle popularmente La Pancha. Era una moza guapa, bien formada y esbelta. Sus grandes ojos negros habían cautivado más de un corazón juvenil pero, ella mostrábase indiferente y desdeñosa hasta que se encontró de cerca con el bizarro granadero Dionisio Hernández, a quién ya conocía a la distancia. El vistoso uniforme del joven voluntario y su arrogancia natural, impresionaron su imaginación, exaltada en aquellos momentos por el patriotismo ... el virtuoso P. Barros, bendijo la unión de la apuesta pareja y recordándoles sus mutuos deberes y las asperezas de la vida, imploró para ellos la protección del cielo. La suerte había sido, definitivamente echada, y su destino futuro estaba en manos de Dios. Las milicias puntanas seguían disciplinándose para la gran jornada libertadora del Perú. El general San Martín ultimaba, en Chile, los preparativos, cuando lo sorprendió el estallido de la conspiración realista en San Luis. En aquella mañana del 8 de febrero, En que los patriotas dieran el trágico grito de alarma llamando al pueblo a las armas, la Pancha corrió a ponerse al lado de su marido, y, como una leona enfurecida, se lanzó sobre los enemigos de la causa americana. Sofocada la temeraria intentona y restablecido el orden, volvióse a la tarea de reorganizar el ejército. El regimiento de Granaderos a Caballo se rehacía y aumentaba en las Chacras y a él se incorporó el voluntario Dionisio Hernández, siguiéndole su esposa que, con sus propias manos, levantó su rancho en las proximidades del campamento. Llegó la hora de la partida ... (.) ... Detrás del regimiento, y a la cabeza de los milicianos troperos que conducían las cargas y el ganado, apareció la Pancha, montada gallardamente, engalanada, como siempre, con su rojo pañolón de espumilla y luciendo a la espalda, su hermosa trenza renegrida. El Regimiento de Granaderos a Caballo pasó la cordillera y en Rancagua, se incorporó al ejército Libertador, a medida que se terminaban los preparativos y se acercaba el plazo para zarpar de Valparaíso con destino al Perú, debía aumentar la ansiedad de nuestra heroína, ante la horrible idea de quedarse sola en tierra extranjera. Sin embargo, su fe no la abandona jamás, aunque se sabía que el general San Martín no admitía mujeres en la expedición ¿Quién hubiera osado pedir una expedición en su favor? Entonces consultó a su marido sobre este punto: ¿Se negaría el general a permitir el ingreso de un voluntario más en el ejército? - Cómo de un voluntario! - repuso el esposo. - Sí, Dionisio, de un voluntario, - insistió ella con suprema resolución. Yo puedo vestir el uniforme de granadero y ocupar, a tu lado, un puesto en las filas, jurándote que cumpliré mi deber de soldado. La solución encontrada le pareció aceptable al veterano, y sin perder un momento, pusiéronse a la tarea de buscar quien se empeñase por ellos. Al fin, el General, conmovido por aquel rasgo de amor y de varonil entereza, y elogiando la conducta de la heroína, acordó el permiso solicitado. Entonces, la Pancha, loca de alegría, cortóse las hermosas trenzas, vistió el uniforme y ciñóse a la cintura el sable de granadero. Así se embarcó en la expedición libertadora, causando la admiración de aquellos argonautas del ideal que iban a redimir pueblos, hacia las remotas regiones del Ecuador. Después del desembarco de Pisco y de la gloriosa campaña de la Sierra, realizada por el regimiento, debía asistir a la solemne entrada en Lima y participar de las expansiones del triunfo y de aquel hecho histórico, memorable en los anales americanos. También pudo decir, con legítimo orgullo, ante los coetáneos y su posteridad: - Yo fui, con mi marido, del Ejército Libertador. Para terminar la gran campaña, el general San Martín había dispuesto una expedición a Puertos Intermedios, destinada a operar en la Sierra del Sur y libertar del dominio realista, las provincias del Alto Perú. A fines de 1822 se embarcó la expedición, formando, como siempre, a su vanguardia, el famoso Regimiento de Granaderos. A principios de 1823 estaba sobre Torata, a la vista del enemigo. El choque fue violentísimo y sostenido por el extraordinario valor de los independientes y faltaba el último sacrificio para inclinar a su lado la victoria, cuando los realistas recibieron un poderoso esfuerzo, viéndose aquellos obligados a retirarse sobre Moquegua, con grandes pérdidas y agotadas las municiones. En tan apurada situación, no quedaba sino salvar el honor de la jornada. "A la vista de tan angustioso cuadro, escribe el General Espejo actor en tan horrible drama, nos reunimos como cuarenta, entre oficiales y jefes, armados como estábamos, unos con sables, espada o lanza, pero todos con pistola y formamos el Escuadrón Sagrado, como algunos lo denominaron, para proteger en lo posible aquella masa anceguecida por el pánico. Se le dio el mando al Comandante D. Juan Lavalle contándose entre las filas a Pringles y al sargento distinguido don Dionisio Hernández, natural de San Luis, que llevaba a su lado a su esposa La Pancha (también puntana), vestida de uniforme militar y armada de sable y pistolas como era su costumbre en los combates en que estaba su marido". El sargento Hernández estaba herido y desfalleciente, pero, la heroica Pancha había vendado su herida y lo conducía del brazo, ayudándole a andar por aquellos arenales, hasta que llegaron a la costa del mar, en las cercanías de Ilo. Ya estaban casi a salvo. Allí, sobre la arena de la ribera, dejóse caer el soldado rendido por el cansancio y el infortunio. La noble Pancha, como un ángel tutelar en la desgracia, no le abandonaba y alzando en el hueco de la mano, un poco de agua de mar, refrescó su frente febricitante, a la vez que la piadosa brisa marina contribuía también a reanimarle. La heroica Pancha, al lado de su esposo, había sufrido y triunfado hasta entonces, de la adversidad; pero, regresaría a Lima envejecida, agotada y mortalmente enferma. ¡Qué caros había pagado su amor y su lealtad al elegido de su corazón! Allí desapareció entre la masa anónima de los heroicos hijos del pueblo, para los cuales no hay ascensos, ni recompensa, ni recuerdos, ni lágrimas. Cumplió noble y abnegadamente su triste destino, legándonos el ejemplo de sus excelsas virtudes de mujer y de su patriótica exaltación. Pocas veces, en el alma femenina, se han armonizado y fundido con temple tan extraordinario, las grandes afecciones del amor y el sublime sentimiento de la patria. de "La Tradición Puntana" - Bocetos biográficos y Recuerdos Allá en el extremo sudeste de la sierra puntana y en un intervalo que la separa del sistema cordobés, se levanta un grupo granítico aislado cuya cima dominante es el Cerro del Morro. Ese apartado lugar ofrece al observador los más raros y pintorescos contrastes. A las rocas abruptas y agrietadas, a la aridez de una naturaleza muerta por antiguas convulsiones volcánicas, sucéndense suaves hondanadas y verdes mesetas cubiertas de gramíneas y de trébol por donde corre a saltos el cristalino arroyo de La Guardia, antes de ir a terminar en la llanura cercana. En los valles y en las proximidades del agua, se reconcentra toda la vida de la región y los escasos habitantes de la aldea San José. Desde su origen fue acantonamiento de las milicias de frontera para proteger el comercio y las comunidades entre Cuyo y el litoral y a su amparo creció el vecindario en limitada extensión, a causa de estar siempre amenazado por los feroces ranqueles, que, inopinadamente caían como un azote, al favor de la sombra de la noche o de las nieblas del día. A través de los lejanos años se conservan en las tradiciones de la localidad cien interesantes y dramáticos episodios de aquella lucha sin gloria, en la cual a diario se jugaba el problema de la existencia. Al lado del arado, en el rodeo y en cualquier sitio apartado, había que tener a mano el sable o una lanza de punta acerada, en cuyas armas confiaba más el criollo y con las cuales se bastaba para la defensa y el ataque. Era menester cierto ardid para luchar ventajosamente con el indio, como para matar al tigre, y el aprendizaje se hacía desde muy temprano, en la ruda escuela de la experiencia personal. Así se explica aquel estoicismo, aquella serenidad y bravura de los primitivos moradores del Morro, que dieron excelentes soldados a la patria. De esa cepa provenía el teniente general Juan Esteban Pedernera, nacido, en aquel célebre lugar, el 25 de diciembre de 1796. Creció en el peligro y en la ruda faena del campo, hasta que sus padres le mandaron a educarse al convento de dominicos en Mendoza, a cuya comunidad pertenecían sus tíos, los frailes Domingo y Pedro Pedernera. Poco tiempo debía permanecer allí, pues su espíritu vivaz, inquieto y soñador mal se avenía con la severa disciplina monacal. Exaltada su imaginación por la magna empresa de la reconquista de Chile y por el llamado que hizo el general San Martín al patriotismo de la juventud, para formar el famoso Ejército de los Andes, no trepidó en abandonar el convento y la gramática latina y en ceñir el traje viril de granadero a caballo, en cuyo regimiento presentóse como voluntario el 1º de setiembre de 1815. Desde entonces su vida esta vinculada a todos los sucesos que han cambiado fundamentalmente los destinos de América. A la avanzada edad de 90 años, expiró con la tranquilidad del justo. El 1º de febrero de 1886 fue, pues, un día de duelo nacional. El gobierno, el ejército y el pueblo le tributaron los honores correspondientes a su alta jerarquía militar y a sus grandes servicios prestados al país. En su ataud se grabaron estas palabras: "Guerrero de la Independencia - Fundador de la Libertad Republicana de América". Había recorrido, como nadie, el escabroso camino de la existencia, desde soldado raso a teniente general y ejerció, como ciudadano los más altos destinos de la República. Así se explica como su vida era la historia misma de la patria desde el memorable Paso de los Andes, campañas de Chile y Perú, guerra de Brasil, expedición contra los caudillos del interior y cruzada libertadora contra la tiranía, hasta la campaña de la integridad nacional. Había vestido setenta años el uniforme de guerrero argentino y durante cincuenta lució los entorchados de general. El 9 de julio de 1915 inauguróse su estatua ecuestre en Mercedes. de "La Tradición Puntana" |