Digo a Juana Koslay
Capitanes vinieron del poniente por horizontes de nevada piedra más allá del Arauco hasta las rucas donde los Huarpes aguzaban flechas, o machacaban maíz en la conanas, o pintaban sus ánforas de greda; capitanes de yelmo y armadura sobre caballos con la crin espesa, que asentaban sus cascos españoles en este suelo por la vez primera; masculinos y duros, con la espada sobre los muslos, y en la faz severa cicatrices de herida o de malaria y la fatiga de un millar de leguas. Recorrieron llanuras donde el jume les prestaba su luz en las hogueras, y arenales de luna, y salitrales donde la Vida se tomaba yerma, y vadearon un Río en cuyas aguas era la sed una amargura nueva.
Y una tarde los duros Capitanes, consumidos de páramo y espera, hacia el Este del sol y la calandria vieron de pronto levantarse sierras. "Aquí será" - dijo una voz de mando - porque el aire es azul, el agua buena, y la montaña nos ofrece amparo si el indio quiere provocarnos guerra". Y al sentir esa voz descabalgaron, y tres veces ondearon las banderas. El Capitán entonces con la espada trazó en el aire una ciudad aérea, dibujando la plaza y el ejido, acá el cabildo, más allá la iglesia, el fortín al llegar a las colinas, allá los ranchos de la soldadesca. Y al mirar una fuga de venados, con ese nombre bautizó a las Sierras y a la ausente Ciudad que dibujaba con el acero de su espada nueva.
Y después silenciosos Michilingues con su Jefe, Koslay, a la cabeza, les trajeron la paz en el saludo y las cosas y frutos de la tierra; Y entretanto Koslay permanecía rodeado por arqueros y doncellas, la hija suya, una hija que tenía suave los ojos y la cara fresca y nocturnos cabellos que apretaba una vincha de plumas como seda, miraba sonriente y en los ojos nido le hacia a la mirada tierna de un soldado español en cuyo pecho amor ardía en olorosa hoguera; Gómez Isleño se llamaba, aquí digo su nombre para que la tierra no lo olvide jamás porque el soldado se desposó con la muchacha aquella y fundó la progenie cuya sangre da a nuestra gente claridad morena. Juana Koslay, Juana Koslay, ĦOh, Madre! Virgen dulce de Cuyo, Flor de América, reverente me inclino y te saludo porque tú fuiste la semilla nuestra y nos diste color americano centurias antes que la patria fuera. Juana Koslay, Juana Koslay, ĦOh, Madre! nada guarda tu nombre, ni siquiera plaza civil, o silenciosa calle, o troquel de medalla o de moneda, o fuente comunal o flor de bronce en San Luis del Venado y de las Sierras. Pero yo, tu hijo, tu memoria canto, y hago del verso corazón de piedra Juana Koslay, Juana Koslay, ĦOh, Madre! para que nunca en los puntanos muera. Antonio Esteban AGÜERO de "Un hombre dice a su pequeño país" |
Bibliotecas - Universidad Nacional de San Luis.
Copyright ©1999-2007 [Universidad Nacional de San Luis]. Todos los derechos reservados.
L.A.